ESCUELA DE PADRES (muy interesante)

Extraído de la sección ESCUELA DE PADRES, del blog personal de Jesús Quinzá Segura  Los ecos secretos del silencio.

Voy a ir exponiendo a lo largo de sucesivas entregas, cuyo guión expongo a continuación, todo lo que a lo largo de  muchos años he ido aprendiendo de mamás, papás, alumnos  y compañeros, en mi trabajo de “profe” y orientador escolar. Por si a alguien le es útil.
Todo está sacado de la experiencia diaria; de aciertos y errores, de alegrías y tristezas, de gratitudes y desengaños.
         No son recetas. Para educar no hay recetas. Son reflexiones, ideas, sugerencias, propuestas, con el objetivo de ayudar a hacer bien algo tan difícil como educar. Y tan importante.
         Está en juego la felicidad de mucha gente. A menudo de quienes más queremos. Y el futuro. Está en juego el futuro.
         Ahí va el guión:
1.-CONOCER:
1.1 ¿Qué es realmente un niño?

2.-PREVENIR:
2.1 Desde la cuna.

3.-INTERVENIR:
3.1 Acuerdo total papás.
3.2 Control de la familia extensa.
3.3 Control de otros agentes educativos.
3.4 Coherencia en nosotros. Hacer lo que decimos.
3.5 Normas claras y concretas. Las precisas.
3.6 Hablar poco. “No comerle el coco”.
3.7 Ignorar conductas no deseadas. Reforzar las deseadas.
3.8 No mostrar que controla nuestro estado de ánimo.
3.9 No exigirle lo que no somos capaces de hacer nosotros.
3.10 Valorar si vale la pena “entrar en combate”.










         En muchas ocasiones nos pasa que lo que tenemos más cerca es lo que peor vemos, lo más cotidiano lo que menos conocemos, y lo que es peor, como lo tenemos tan cerca y es tan cotidiano, creemos que lo vemos perfectamente y que lo conocemos mejor aún. Y claro, como todos actuamos sobre las personas y las cosas según el conocimiento previo que de ellas tenemos, así nos luce el pelo.

       ¡Y qué más cotidiano que un niño! ¡Ojo, mucho ojo! Porque actuaremos sobre el niño según lo que pensemos que son los niños. Por eso esta pregunta no es una tontería. Pienso que papás y “profes” tendrían que hacérsela antes de ser papás y “profes”, y luego, de vez en cuando, revisar la respuesta que en su día dieron.

        Por si a alguien le sirve voy a dibujar aquí un boceto de lo que pienso que es un niño, de los muchos que  podrían dibujarse. Es un  retrato pobre, pero igual vale para algo, ¿no?

        Vamos por partes.

        Primer trazo del boceto, el principal: es un hijo de Dios, con la misma dignidad y derecho a la felicidad que todo hijo de Dios. Y si el amable lector no es creyente, que ponga en vez de hijo de Dios un ser humano. Es lo mismo.

        Otro rasgo que a menudo se nos olvida: un ser inteligente. Inteligente ya desde la cuna. Y cuidado, sucede a menudo que es más inteligente que nosotros. Aunque no sepa más que nosotros; aunque no tenga nuestra experiencia. Puede ser más inteligente el hijo que el padre o el alumno que el “profe”. Y de hecho muchas veces lo es. Y actúa en consecuencia.

        Un tercer rasgo, que combinado con el segundo es una bomba. No es ni bueno ni malo. Se es bueno o malo cuando se actúa o no de acuerdo a un código moral. Y el niño con uno, dos, tres, cuatro años no lo tiene. Lo va a ir adquiriendo (o no) a lo largo de su infancia y lo madurará en la adolescencia y juventud.

         Conclusión. Un ser inteligente sin código moral…¡qué miedo! Sí, sí, miedo porque si no es debidamente acompañado, si no va paso a paso haciendo suya una moral, una ética, si no va viviendo unos valores, será egoísta, egocéntrico, manipulador, tramposo.… y una larga lista de horrores que demasiada gente conoce y sufre a diario. La inteligencia sin moral nos conduce al infierno.

          Y ya está. Un boceto bien simple, pero con tremendas consecuencias. Un niño es capaz de traer a un hogar la alegría, la concordia, la consolidación de la familia, la vida, porque el niño es vida en estado puro; pero también puede traer la tristeza, la división, la destrucción de su propio entorno, la muerte en definitiva, dejando a su paso amargura y desolación.

         Y en cualquier caso, el niño será inocente, porque en realidad y casi siempre (hay excepciones) nos devuelve lo que le damos. Si nuestra vida con él se basa en el amor, la entrega, el respeto, la honestidad, el esfuerzo, la alegría, el diálogo, nos lo devolverá, poco a poco nos lo devolverá. Crecerá aprendiendo a querer, a ayudar, a respetar, a ser honesto, a esforzarse, a ser alegre, a dialogar. Y, pese a todas las dificultades que tiene educar, nuestra vida con él tendrá un presente feliz y estará preñada de esperanza.

         Pero si por el contrario no crece envuelto en estos principios, estos valores, nos encontraremos con el horror que hemos sembrado nosotros mismos. De aquellos polvos vinieron estos lodos, dice el refrán.

          Demasiadas sandeces se han dicho sobre los niños. Que son buenos por naturaleza: mentira. Que son crueles y egoístas, también por naturaleza: mentira. Que hay que dejarles crecer libremente y cuando sean mayores ya elegirán: mentira y gorda. Que hay que adoctrinarles haciéndoles fotocopia de nosotros mismos: mentira también.

          ¿Qué es un niño? Un hijo de Dios, un ser humano, que no ha pedido venir al mundo, pero está en él. Inteligente y expuesto desde la cuna al bien, a la belleza, a la vida, pero también al mal, al horror y a la muerte. Y está en nuestras manos. Y tiene el derecho a ser feliz.




Ya dice el refrán que más vale prevenir que curar, y es cierto, si no siempre, casi siempre. Y en educación también.

No lo podremos prevenir todo. No es todo previsible, afortunadamente. Luego seguro que tendremos que intervenir, pero sí podemos, teniendo algunas ideas muy claras, conseguir que esta intervención en la vida de los niños sea llevadera y eficaz, que no fácil. Educar nunca es fácil.

Ahí van algunas ideas, “preventivas”, hay más, para los “papis” de los más pitufos, que son los que aún están a tiempo de prevenir.

Educa al niño desde la cuna. Los primeros años son fundamentales. No vale eso de “son cosas de niños”, “déjalo, ya crecerá”, “ya lo hará cuando sea mayor”. Lo que cada día hacemos es una piedra del edificio. Si las de bajo están mal puestas…

No actúes por lástima. La lastima no educa. ¡Nunca!. La lástima, la pena, es un sentimiento muy noble y útil en muchas circunstancias de la vida. Para educar no. ¡Claro que los niños a veces dan lástima! Pero si nos dan lástima porque hemos actuado educando, no actuemos nunca de acuerdo a nuestra lástima. Si lo descubren nos harán chantaje emocional y nos tendrán en sus manos y…

Asume que han de sufrir. El sufrimiento es inherente a cualquier proceso educativo. Si no podemos soportar que un niño sufra no podemos educarle.  Lógicamente me refiero exclusivamente al sufrimiento derivado del enfrentamiento inevitable entre la voluntad del niño y la del adulto. Ha de ganar el adulto. Ya llegará el tiempo de los diálogos y consensos. Si quien gana es el niño estamos sembrando malas hierbas, que crecerán…

Eres su  modelo, para bien o para mal. El niño nos tiene de referencia básica en su vida. Ojo con lo que hacemos, decimos, ojo con cómo vivimos. Se enteran más de lo que pensamos. Y nos imitarán. Si no gritamos, no gritarán, si respetamos, respetarán, si queremos, querrán, si escuchamos, escucharán. Luego pueden pasar cosas que no controlemos. Pero quien ha saboreado las mieles de un hogar acogedor, sereno, feliz, donde se quiere y se respeta, no lo olvida. Es un seguro ante futuras tempestades, que indudablemente vendrán…

Haz lo que dices. Y si no, no lo digas. Y ojo con lo que dices, no digas cosas que nunca vas a hacer y que además no son verdad: “no te querré más”, “te voy a echar de casa”, o cosas que aunque puedas hacer no las harás: “no vas a ver la tele en una semana”, y luego la ve, claro. Coherencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Si no la hay, los volvemos locos. No saben a qué atenerse, se desorientan, “hacen de su capa un sayo” y luego…

Y quiérelo, quiérelo mucho. Bésalo, abrázalo, juega con él, dedícale tiempo. Y cuando aún siendo muy pequeñito le regañes y llore; cuando ese llanto te duela más a ti que a él; cuando lo veas sufrir por no haberse salido con la suya, lo acuestes sin cenar y te sientas fatal; cuando comas legumbres, que no aguantas, para que aprenda a comer de todo; cuando hayas dicho lo que no debías haber dicho y por coherencia, doliéndote en el alma lo mantengas, estarás educando de verdad. No es fácil. A veces duele. Y si nos resulta fácil, si educar nunca nos duele, será que lo estamos haciendo rematadamente mal.





En muchos aspectos de la vida, hay cosas que son fundamentales, básicas, que de no funcionar bloquean toda la maquinaria, o en el mejor de los casos la hacen funcionar pesadamente.
Es en educación esta pieza clave, la absoluta necesidad del acuerdo total entre el papá y la mamá a la hora de educar al niño. Las consecuencias de que esto no sea así suelen ser gravísimas, y comprometen muy seriamente todo el proceso educativo.
El hecho de educar pone a prueba continuamente la solidez de la pareja, exigiendo a ambos dialogo constante, consenso frecuente y gran respeto mutuo. Y esto, si hay amor real en la pareja es mucho más fácil que si no lo hay.
El niño, por su propia naturaleza, buscará dividir para salirse con la suya, cuando “la suya” no coincida con la de los “papis”, y si estos no están atentos, si no hay comunicación, incluso complicidad, se saldrá con la suya, y habrá abierto una brecha, a lo mejor pequeñita, pero una brecha, entre papá y mamá, porque uno habrá “ganado” y el otro habrá “perdido”. Y eso nunca es bueno.
Mirad, es mejor que os equivoquéis juntos a que uno acabe ganando frente al otro y el niño lo vea. O el adolescente. Esto vale para todos. Si os equivocáis juntos, no pasa nada. Errar es de humanos. Sacamos la pata metida y seguimos adelante. Esto no hace daño al niño. Lo otro sí. Y mucho.
Es aberrante y peligroso que el papá dialogue o pacte con el niño, repito, o el adolescente, a espaldas o contra la mamá, o viceversa. Primero os ponéis de acuerdo vosotros. Luego los dos, o uno de los dos, vais a “poner el cascabel al gato”.
Y ¡ojo!, este problema no afecta solo a los papás separados, que por supuesto tienen mucho más difícil esto de educar; también pasa en familias cuyos padres no están separados, y que incluso se llevan bien, se quieren. En estos casos, si no están atentos y dedican tiempo a compartir decisiones, a escucharse, a ayudarse mutuamente en la difícil tarea de la educación, vendrán los problemas.
No quisiera acabar este artículo sin incidir un poco más en una reflexión hecha anteriormente. Si papá y mamá se quieren de verdad, como he dicho, es todo mucho más fácil, suele salir todo mejor, y como el amor engendra amor, el querer hace que la gente quiera, pues es más probable que los niños sepan querer y aprecien el ser queridos. Es el camino de la felicidad. Pero hoy en día hay muchos, demasiados papás, que ya no se quieren. Con suerte se ignoran; a menudo se odian. Pero siguen  siendo papás. Entonces, en estos casos sólo nos queda apelar al sentido común, e incluso a algo más elemental todavía, al instinto de protección de los progenitores sobre la camada. Biología pura. Pues ni por esas. Hay demasiados casos en que ni el sentido común, ni la pura biología son suficientes para evitar que se machaque y se desgracie a los niños, bien por parte de uno o frecuentemente de los dos, que tienen la misión moral y legal de protegerlos.
Porque unos papás separados, con sentido común y un amor por su hijo, más fuerte que el odio por su “ex”, pueden llegar a una situación, si no deseable, sí al menos soportable, y con esfuerzo y humildad educar al hijo en el camino de la felicidad. Afortunadamente conozco adultos responsables que desde esta difícil posición lo hacen muy bien.
Y en cualquier caso, nunca hay que olvidar que cuando educar al niño es tarea de dos, que no siempre lo es, es tarea de dos. Con todas las exigencias y consecuencias. Como siempre, lo que está en juego es la felicidad del niño. Y es ésta, como hemos dicho, la primera responsabilidad de los padres. Y además la voluntad de Dios.







Esto del control de la familia extensa, abuelos, tíos, primos..., puede sonar un poco extraño, pero pienso que es también necesario y muy importante.

Está claro que cada familia es un mundo, y que las relaciones que se establecen entre las personas de un determinado entorno familiar son muy complejas. Es por esto, por lo que los padres deben saber quiénes, de qué manera y en qué medida, están influyendo en los niños, y aprovechar estas influencias cuando son beneficiosas, o limitarlas o incluso bloquearlas cuando son perjudiciales.
Y en ocasiones sucederá que determinar si son beneficiosas o perjudiciales, no será fácil, y entonces, como decíamos en el punto 3.1, habrá que hablar, dialogar y consensuar en pareja.

De tener esto en cuenta y tomárselo en serio, se pueden desprender interesantes conclusiones que pueden, en muchos casos, hasta modificar los hábitos familiares.

Pero hoy en día, no podemos hablar de este tema sin tratar la situación más frecuente que en referencia a estas cuestiones se da en muchas familias. La necesidad de que los niños estén con los abuelos cuando no están en el “cole”. Los papás llegan siempre tarde o muy tarde, trabajan a turnos, viajan mucho, etc… Hay mil causas, y muchas inevitables. Se encargan los abuelos, claro. ¿Qué pasa entonces? Pues pueden pasar dos cosas. Y debemos fijarnos en qué pasa.
Primera. Que nos guste cómo lo hacen y además estén en nuestra línea educativa. Muy bien. Hay que agradecérselo. Entonces habrá que contar de verdad con ellos, pues son agentes educativos en “primera línea de combate”. Hay que incluirlos en el diálogo y el consenso. 

Segunda. Que no nos guste cómo educan, por el motivo que sea. Quizá porque no saben hacerlo de otra manera o quizá porque no pueden. Pero no tenemos más remedio que dejarlos con ellos, y si encima les ponemos condiciones…pues pueden mandarnos a freír espárragos. ¡Qué mal lo tenemos entonces! Deberemos intentar llegar a acuerdos mínimos, ceder todos un poco,  buscar a alguien que nos pueda ayudar. Siempre deberemos pensar en el bien del niño.

Y en ambos casos, nos guste o no cómo lo hacen, tengamos claro que no es su obligación. Ellos ya educaron, ya cumplieron mejor o peor. Su derecho ahora, en tantos casos negado, es disfrutar de los nietos, porque cuando papá y mamá están ahí, actuando como tal, los abuelos pueden permitirse el lujo de hacerlo, de disfrutar de nieto; de gozar de esa complicidad con él, que no tuvieron con el hijo, no tocaba. Esa complicidad que les lleva a hacer esas pequeñas cosas que quedan entre abuelos y nietos, y que les hacen felices.

Hoy hay demasiados abuelos sin nieto y nietos sin abuelo aunque pasen el día juntos. Es que nos lo hemos montado muy, pero que muy mal.



Ya está muy oído eso de que los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Y todos estamos de acuerdo, claro. Pero el que seáis los primeros responsables, los primeros y más importantes agentes educativos, no quiere decir que seáis los únicos. Aparte de la familia, de la que ya hemos hablado (3.2) hay más, y es vuestra obligación conocerlos y controlarlos en la medida de lo posible. Las consecuencias de no hacerlo son importantes, incluso muy importantes; puede darse el caso y se da, de que vuestros hijos sean sólo vuestros legal y biológicamente, nada más.
Y cuando digo controlar, no quiero decir encerrar a los niños en una cápsula hogareña aséptica para que nadie los toque. No. Eso los destruiría. Quiero decir que vuestra acción educativa tenga en cuenta a los otros agentes educativos que actúan sobre ellos. Que los conozcáis, que sepáis cómo y para qué actúan, qué intereses hay detrás y en qué modelo de hombre se sustentan. Que interactuéis con ellos continuamente, colaborando siempre que sea posible, y en último término, si no hay más remedio, tratando de bloquearlos.
Para concretar un poco más, expongo a continuación los agentes educativos a los que me refiero; los que creo más importantes.
Primero: el colegio. No todos los colegios son iguales. En ellos no aprenden sólo a leer y a escribir, y obtienen o no el graduado o el bachiller. Aprenden mucho más de lo que sale en las notas. Hay que decirlo: hay colegios donde manipulan a los niños de un modo más o menos descarado, y los manipulan en lo más hondo de ellos mismos. No los dejéis en el “cole” y ya está. Conoced a sus profesores, interesaos por el proyecto educativo de centro, aseguraos de que no os “dan gato por liebre”. No debe haber un currículum oculto. Conozco casos de vergüenza…
Segundo: los medios de comunicación. Televisión y cine sobre todo. Tomaos esto en serio. Que vean lo que pueden ver, y con vosotros siempre que os sea posible. Y cuando ya lo puedan ver todo, hablad con ellos, debatid, reflexionad a propósito de lo visto. Con respeto y actitud crítica, y aceptad que piensen distinto.
Tercero: Internet. Cuidado. Cuidado y mil veces cuidado. Internet es el mundo. Con sus luces y sus sombras. Su grandeza y su miseria. Enseñadles a utilizarlo. Enseñadles a navegar por ese mundo asombroso. Y si no sabéis aprended. Es por ellos. Luego también a vosotros os vendrá bien
Cuarto: vecinos, compañeros, amigos, conocidos. También actúan. Casi siempre sin conciencia de hacerlo, ni de las posibles consecuencias de sus palabras o sus actos. Vosotros debéis haceros conscientes del papel que el entorno social inmediato tiene en vuestros hijos, y aprovechar lo bueno y vigilar lo que no es bueno, que también de esto se aprende.
En suma, es ésta una tarea de vigilancia. De conocer lo más posible el mundo real en el que viven vuestros hijos. Y ¡cuidado!: No os vayáis al otro extremo; no caigáis en la tentación de hacer de ellos una réplica de vosotros mismos. Pero no permitáis tampoco que otros hagan la suya en vuestros hijos. Defended su libertad. 










            Le digo gritando, ¡no grites! Le recrimino que es un  guarro y tiro la colilla al suelo. Le pido que me escuche cuando le hablo, y sigo mirando la tele cuando me habla. Le obligo a comerse las lentejas, pero yo nunca pruebo el pescado…
            Es uno de los fallos más frecuentes en los educadores, nuestra falta de coherencia. Una falta de coherencia a veces tan exagerada, que puede llegar a dar hasta risa, sino fuera porque…estas cosas no da risa.
            Y el problema es que tanto los niños como los adolescentes son especialmente sensibles a la falta de coherencia, aunque ellos también sean incoherentes. Nos “la pillan” enseguida, y entonces, quizás sin darnos cuenta, perdemos ante ellos toda autoridad moral. Y luego, cada vez, nos hacen menos caso, ¡claro!
            Coherencia significa que entre lo que pensamos, decimos y hacemos, o no existe diferencia, o existe una diferencia mínima. Si yo pienso que no hay que gritar, digo que no hay que gritar, sin gritar. Si pienso que el niño no ha de ser un guarro, le digo que no haga guarradas y no las hago yo. Si pienso que es bueno que nos escuchemos, le exijo que me escuche cuando le hablo, y le escucho cuando me habla él. Si pienso que ha de comer de todo, le obligo a que coma de todo, pero yo también como de todo…
            Es más difícil de lo que parece esto de la coherencia en uno mismo, y educar en la coherencia, es el más difícil todavía. Pero es importante, y hay que hacerlo, porque la coherencia, como casi todo, también se aprende. Y además, porque educar en la coherencia fortalece tres principios básicos de la conducta específicamente humana: la reflexión, la asertividad y la voluntad.
            La coherencia supone, primero un pensamiento, una reflexión; luego el ser capaz de verbalizar oportunamente ese pensamiento, la asertividad; y finalmente, la voluntad de actuar en consecuencia con lo dicho. Lo pienso, lo digo y lo hago. El niño debe aprender esto.
            Las personas coherentes nos atraen, nos inspiran confianza, nos dan seguridad, nos merecen respeto, aunque no pensemos como ellos. En la coherencia vemos solidez, claridad, transparencia, autenticidad. Las personas coherentes educan aún sin saberlo, porque actúan de modelo, dan ejemplo, y como todos sabemos, se educa con el ejemplo.
            Y además, los cristianos tenemos precisamente en Jesús, al hombre coherente hasta las últimas consecuencias. 








Es muy frecuente escuchar cómo antaño, cuando hablaba el padre o el abuelo, eso “iba a misa”; no tenía ni que levantar la voz, dicen; a veces ni que hablar, solo con la mirada era suficiente. Y ahora, ahora es todo lo contrario. No hay manera de que los niños hagan caso, y menos aún los adolescentes.
Cierto que esto tiene muchas y variadas causas, pero una de ellas es la que hemos subrayado en el guión. Las normas que damos cuando educamos son demasiadas veces excesivas, innecesarias e imprecisas; y además, su incumplimiento no tiene consecuencias,  siendo esto lo más habitual. Por otro lado, la moda de no poner normas ni límites, no merece ni comentario, por ser una aberración pura y dura de consecuencias catastróficas. 
             Vayamos pues a lo normal, a lo que con la mejor intención hacen los papás por el bien de sus hijos. Poner normas, poner límites, pero, ¿cómo? Como hemos dicho, a menudo excesivas,  innecesarias, e imprecisas.
            Son excesivas. Para darnos cuenta de ello, no hay más que ponernos en lugar del niño, o del adolescente. Nosotros no aguantaríamos el estar sometidos casi constantemente a semejante bombardeo. Y ellos no son tontos. Saben lo que han de hacer y lo que no. Desde bien pequeñitos lo saben. No hace falta pasarnos el día diciéndoles qué han de hacer y cómo han de hacerlo. Además, cuanto más se lo dices más cuesta que lo hagan, ¿no?
            Son innecesarias. Muchas de las normas que les damos, no hace falta darlas, por evidentes. Otras por “incumplibles”. Otras por inoportunas. Otras porque no tienen la más mínima importancia, porque después de todo, pues no pasaba nada.
            Son imprecisas. Sí, muy imprecisas. Nene “sé güeno”, pórtate bien…" ¿Qué es ser bueno?,¿qué es portarse bien? Son normas tan poco concretas, que es como si no hubiésemos dicho nada. No hay criterio que permita saber al niño qué es lo que queremos realmente de él. 
            Y en último término, para acabar de estropearlo, si la norma no se ha cumplido, no pasa nada. No tiene consecuencia alguna. Y eso que le hemos advertido que si no la cumple le quitaremos el…¿el qué?
            El  padre, el abuelo de antaño del que hablábamos al principio, tenía pocas normas, eran las importantes, estaban muy claras y si no se cumplían, había muy serias consecuencias. Por eso no tenía ni que hablar.
               Normas, pocas, las importantes, bien claras y si no se cumplen, con consecuencias contundentes, y además sin enfadarse. Esta es la clave. Es cuestión de tenerlo claro y de practicar mucho. Y paciencia, mucha paciencia.






            Bla, bla, bla, bla y bla… Mucho bla. Es inútil y contraproducente. Tanto bla, bla y bla…y bla.
            Voy a empezar exponiendo la conclusión. Para corregir conductas, sí o no y punto. Y a veces ni eso. Para disfrutar de hijo, cuando está de buenas, hablar mucho, mucho, cuanto más mejor.
            Uno de los errores más frecuentes en la práctica educativa diaria, es el de dar innecesarias y continuas explicaciones a los niños de por qué han de hacer esto o aquello o por qué no han de hacerlo.
            Creemos que hablando mucho llegamos a algún sitio. Pues no. Bueno sí. Llegamos a que acaben haciendo lo que les venga en gana y nosotros cabreándonos.
            Hay varios motivos por los cuales, a los niños (con los adolescentes es otra historia) no hay que darles demasiadas explicaciones y mucho menos comerles el coco con largos discursos y moralinas.
            Primero. El niño aunque utiliza las mismas palabras que nosotros, no las utiliza de la misma manera, ni tienen el mismo significado que lo tienen para nosotros. Da la impresión de que nos entienden, pero muchas veces no es así.
            Segundo. El niño utiliza el lenguaje en clave emocional. Nosotros en clave racional. Frecuentemente, la comunicación no es real, aunque lo parezca.
            Tercero. El niño puede ser muy persuasivo (pesado, pelma) si sabe que la repetición de las mismas palabras una y mil veces, le llevará a salirse con la suya; nosotros no tenemos ni de lejos tanta paciencia. Ante su insistencia, la mejor respuesta es nuestro silencio e indiferencia. No tratemos de ahogar su verborrea con la nuestra.
            El planteamiento es muy simple. Ellos, normalmente ya saben lo que han de hacer y lo que no. No hace falta repetírselo mil veces, ni justificarlo, ni explicarlo. Por lo tanto, lo mejor es “si” o “no”; y si pregunta por qué, “tú, ya lo sabes”. Y ya está. Si insiste: ignorar, ignorar, ignorar. A ver quien aguanta más. Es un pulso, a veces muy duro. Pero lo hemos de ganar porque nos jugamos mucho.
            Ahora bien. Si somos parcos en palabras para corregir, dirigir, adiestrar, sancionar, habituar, seamos generosos para disfrutar de ellos. Contémosles cuentos, hablémosles del mundo, respondamos a sus por qués con calma y paciencia.
            Cuando un niño de tres años pregunta a su papá, “papá, ¿por que las personas cuando se hacen viejas se mueren? el papá, como pueda, ha de responder…aunque tampoco pasa nada si se toma un tiempo para hacerlo, y cambia de tema en ese momento.
            Pero cuando dice que quiere el “petisuis” antes de cenar, no hay nada que hablar. O cuando no quiere ponerse el cinturón de seguridad, tampoco. Y si llora, que llore. Eso es sano para los pulmones, y relaja.
            Es que ¿sabéis lo que pasa?, que somos nosotros los que necesitamos darles la explicación, los que necesitamos justificar ante nosotros mismos nuestra conducta, porque en el fondo, nos duele no satisfacer el deseo del niño, de nuestro hijo, aunque algo nos diga que no es bueno que lo hagamos.
            Y es que educar es duro, muy duro. Duele. A veces mucho. El educador al que no le duele educar, no es educador.






            Si vuestro hijo de tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… años cuando llegarais un día a casa por la tarde, él solito dejara la mochila del “cole” en su sitio; merendara dejando la cocina limpia y aseada, él solito también; luego hiciera los deberes, ¡cómo no! él solito; después, al acabarlos, estuviera jugando a su aire y luego guardara los juguetes en su sitio; se duchara antes de cenar y el baño quedara bastante bien y finalmente cenara lo que le pusierais en la mesa sin más historias, vosotros ¿qué harías? Pensadlo en serio.
            Hay quien me dice, cuando hago este planteamiento, que llevar al niño corriendo al psiquiatra. Pero, bromas aparte, me contestáis, frecuentemente sonriendo: “mis cosas, haría mis cosas”. Porque es verdad que siempre hay mucho que hacer.
Y sonreís porque ya estáis captando el planteamiento, cayendo en la cuenta de que lo hacemos exactamente al revés de cómo deberíamos hacerlo. Y así nos va.
¡Claro!, si el niño deja la mochila donde se le antoja, nos da la murga para merendar, para hacer los deberes, para jugar, para ducharse y finalmente para cenar, porque hoy no quiero tortilla, estamos toda la tarde encima de él; aunque sea riñendo, pero encima de él.
¿Qué conclusión saca el niño? Si lo hago bien, como dicen que lo he de hacer, pasan de mí. Si lo hago mal, como dicen que no lo he de hacer, están toda la tarde encima de mí. Y como el niño, por encima de todo, lo que necesita es que estemos con él, como sea, aunque sea riñendo, pero con él, pues ya sabe el camino. No es rentable ser “nene güeno”.
Y es que, si nos paramos a pensar, estamos más tiempo regañando, corrigiendo, advirtiendo que disfrutando. Porque cuando están de buenas, como están bien, pasamos de ellos. Con lo que a la postre, no los disfrutamos, los padecemos.
Sí, aquí está uno de los errores más graves y frecuentes en la educación; un error de consecuencias demoledoras si lo repetimos día tras día.
Hay que ignorar radicalmente, rotundamente, las conductas no deseadas. El único límite, su propia seguridad física. Y ¡ojo!, ignorar es ignorar de verdad, aunque nos duela. No hablarle, no mirarle, no hacerle ningún caso, haga lo que haga, aunque nos ponga nerviosos, aunque haya gente mirando, aunque nos de mucha penita, aunque nos pida perdón. Porque somos nosotros los que decidimos cuándo ignoramos y cuándo dejamos de ignorar, no él por tierno y melodramático que se nos ponga.
Y otra cosa. Cuando dejemos de ignorarle, porque así lo decidimos, sin moralinas, sin reflexiones sobre lo ocurrido. Normalicemos la situación como si no hubiera pasado nada. Como hizo Fray Luís de León, en el siglo XVI, cuando tras cinco años de cárcel continuó su clase en la Universidad de Salamanca con el aquel ya famoso “como decíamos ayer”.
Mirad, el niño, incluso el adolescente, a su manera, lo que quiere, lo que necesita, como el aire y como el agua, es a sus padres, a sus papás. Es triste que desde muy pequeñitos descubran que es más fácil y rápido conseguir esto haciendo el tonto, dando la vara, siendo “nene malo”, que siendo “nene güeno”. Y como a estas edades, y para ciertas personas a cualquier edad, el fin justifica los medios, pues ya está. Ya la hemos liado.








“Me vas a matar a disgustos”, ”mira como estoy de triste por tu culpa”, ”mira a tu padre, que no tiene ni ganas de cenar”…y además gritos, golpes, pérdida evidente de papeles, cambio de planes porque “con el soponcio que nos has dado”…y más, verdad, y mucho más.
Mal camino éste si lo recorremos con frecuencia. Mal camino. Es una de las formas más rápidas de conseguir que los niños nos controlen a nosotros en vez de nosotros a ellos.
Pensemos un poco. ¿Qué conseguimos con estas afirmaciones y estos comportamientos? Dos cosas, a cada cual peor. Primera: crear en ellos un sentimiento de culpa que en nada les beneficia, pues aunque sean unos bichos, peores que Barrabás, nos quieren. Segunda: que descubran que son capaces de controlarnos hasta el punto de afectar directamente nuestro estado de ánimo, de hacer que variemos nuestra conducta en función de la suya.
De este modo, crecerán con indeseables sentimientos de culpa y aprendiendo a ser unos manipuladores. Porque no lo dudéis, si un niño sabe que puede manipular a papá, a mamá, al “profe” o a la “profa”, lo hará en beneficio propio siempre que le interese, y ¡claro! demasiadas veces, lo que los niños quieren, lo que les apetece, lo que piensan que es bueno para ellos, pues va y no lo es; ¿a que no?
Pero fijaos en una cosa. No he dicho que no controlen nuestro estado de ánimo. Muchas veces lo hacen, ¡y tanto que lo hacen! Lo que digo es que no se den cuenta de que lo están haciendo. Que mantengamos el tipo.
Ignorar las conductas no deseadas (punto 3.7) y mantener la calma y la serenidad aunque por dentro se nos lleven los diablos, es mano de santo. Difícil, sí, no lo niego, pero extraordinariamente eficaz.
La autoridad ejercida desde la calma, aunque sea aparente, desde el control de uno mismo, no solamente es muy eficaz como acabo de decir, sino que inspira en los niños una gran confianza hacia esa autoridad y les envuelve en una atmósfera de seguridad que les beneficia en todos los aspectos.
Pensad que vuestro hijo, por puro instinto, va a tratar de controlar y dominar su entorno y vosotros formáis parte de él. Y pensad también que os quiere un montón. Estos dos impulsos, el de dominaros y el de quereros, a menudo son contradictorios. Y las contradicciones emocionales generan mucha ansiedad y más a quienes todavía no saben identificar y gestionar sus propios sentimientos y emociones.
No dejéis que os domine y será más feliz y todo irá mejor en casa. Crecerá libre de sentimientos de culpa innecesarios y perturbadores y no habiéndose educado en la manipulación, sabrá identificar a los manipuladores, de los que sabrá defenderse. Y esto, en la sociedad en la que vivimos es garantía de libertad, de dignidad y a la postre un paso más en el camino de la felicidad.


Escuela de padres. 3.9 No exigirle lo que no somos capaces de hacer nosotros.

Uno de los errores más frecuentes en el que caemos los educadores, es exigir al niño un comportamiento que nosotros no seríamos capaces de tener ni de lejos. Esperamos de ellos lo que, siendo honrados, no esperamos de nosotros mismos.
Y esto, normalmente lo hacemos porque no nos paramos a pensarlo. Estamos en nuestro papel, y no nos planteamos ponernos en el suyo. Nos falla la empatía.
Y si lo hiciéramos con más frecuencia, diríamos menos tonterías y nuestra acción sería más educativa y eficaz. Y honesta.
Voy a poner un ejemplo. Vas por la carretera (imagina cuando pasas por delante de Masía de Traver) y pone máxima 60. Puedes hacer dos cosas. Una, saltarte la señal y seguir a 90. Ya no tienes autoridad moral para exigirle al niño que no se salte las normas, pero éste es un camino por el que no vamos a seguir en este artículo (Ver art. 3.4). Dos, poner el coche a 60. Bien, vale. Pero esto ¿lo haces por sentido de la responsabilidad, como buen ciudadano, o porque tienes miedo a la multa? La respuesta mayoritaria estará clara, ¿no?
Y ahora viene la conclusión. Si nosotros, adultos responsables (se supone), para cumplir las normas, incluso en algo en lo que nos puede ir la vida, necesitamos del miedo a la multa (miedo al castigo), ¿cómo esperamos de los niños que cumplan normas (hacer deberes, lavarse los dientes, arreglar la habitación…), normas en las que no les va ni la vida, ni nada de nada, por pura responsabilidad y amor al buen hacer?
Desde esta sencilla perspectiva creo que podemos calificar nuestro comportamiento de incongruente e incluso cínico. Pretendemos, con palabritas y “concienciación” que hagan lo que ni quieren, ni les apetece, ni les interesa, cuando nosotros, si no hubiera multas, si no hubiera inspectores, si no hubiera… y entonces nos volvemos locos, nos desesperamos.
Pero, ¡ojo!; antes incongruencias y cinismo que pensar palabras políticamente incorrectas, y mucho menos decirlas ¿no? porque la palabra miedo lo es, y mucho.
Pero hay que decirlo, y bien alto. El miedo es natural y necesario. Es el mecanismo primario que nos advierte que “por ahí” es peligroso ir. Y en educación tenemos que administrarlo, no eliminarlo, con sabiduría y prudencia, sin perder nunca de vista la dignidad y la libertad de los demás y la nuestra propia, que en esta lid deben prevalecer.
Por supuesto que yo desearía una sociedad en la que el miedo no fuera necesario. ¡Pues claro! Muchas veces cuando, en clase, mis alumnos hablan demasiado les digo: “a ver, chavales, no quiero que calléis ahora por miedo a que os deje sin recreo u os ponga faena doble. Quiero que calléis porque es importante esto que os voy a explicar y, si os despistáis, luego tendréis problemas”, por ejemplo. Y ellos, entonces, callan, callan un poquito, porque lo entienden, y también ellos quisieran que el mundo fuera así. Pero no, tarde o pronto hay que recordar que existen otros “procedimientos” menos agradables para conseguir que la clase, todos los días, vaya bien… han de tener miedo a esos “procedimientos”.
¿Cómo les voy a exigir que cumplan la norma de callar y atender en clase, por sentido de la responsabilidad y amor al saber, cuando muchos de sus padres, y a veces yo mismo, necesitamos del miedo a la multa para no ir a 150 por la autopista? Les exigimos a ellos, lo que no somos capaces de hacer nosotros.
El miedo es necesario para educar y para vivir. Hay que aceptarlo. Hay que asumirlo. No es bonito. No suena bien. Es triste. Pero es cierto. Es este un planteamiento ético, no estético, por eso no está de moda. Pensadlo, pensadlo sin prejuicios.






Sí, así tal como suena. Hemos de valorar si vale la pena entrar en "combate", porque muchas veces educar es "combatir". Nene, guarda la ropa, y no la guarda. Nene, no le pegues a tu hermano, y le arrea un sopapo. Nene dale un besito al abuelito, y no se lo da. Nene, nene, nene…¡Estoy hasta el moño del nene que hace lo que le da la gana! ¿Qué hago con el nene? ¡Harto me tiene! Eso son combates, desafíos a los que hay que responder, a los que siempre hay que responder, y ganarlos nosotros.
Sí, hemos de responder a los desafíos que continuamente de un modo más o menos explícito nos plantean los niños. De eso no podemos escapar, no debemos escapar. Se paga caro. Pero lo que sí podemos hacer es no provocar el desafío, y muchas, demasiadas veces lo hacemos.
Me explico. Hemos de tener claro que el niño va a ponernos a prueba siempre que pueda, intentando salirse con la suya. Eso es normal. Pura biología. No es porque sea malo. Es naturaleza. Pero es sano y necesario que aprenda y entienda que quien manda no es él. Quien manda es papá, mamá, la "seño", el “profe”. No él.
Pero para aprender esto tiene que experimentar que cada vez que hay un “combate” lo pierde, así de claro, lo pierde. Y como ganar los papás todos y cada uno de los "combates" que pueden plantearse es muy difícil, agotador, hay que reducirlos. Si no, nos volveremos locos.
Vamos a "combatir" sólo cuando sea de verdad importante, cuando con el consenso no lleguemos a donde queremos, evitando por lo tanto, dar tantas órdenes, muchas de ellas innecesarias y que en el fondo no son más que provocaciones nuestras que generan respuestas desafiantes a las que no somos capaces de responder adecuadamente porque se nos amontona la faena.
Esto implica que tengamos claro qué es de verdad importante y qué es accesorio y que pensemos también que en el momento en el que decimos, nene baja de la mesa, el nene baja de la mesa, así se hunda el mundo. Y si no estoy dispuesto a entrar en ese "combate", no le digo nada, porque lo que digo se hace. Por eso hay que decir menos y pensar bien lo que decimos. Incluso hacer la vista gorda es necesario a veces y si es sólo a veces, no pasa nada.
Recuerdo en un viaje a Pirineos, en un bar de Calamocha, a un niño de unos seis años que estuvo todo el almuerzo subido encima de una mesa, y todo el almuerzo, su santa madre diciendo nene baja de ahí, nene baja de ahí, nene que bajes de ahí. Cuando nos fuimos, aún seguía encima de la mesa.
Señora, o se calla o lo baja. Si ha decidido entrar en el "combate" gánelo, y si no, no entre. Pero deje de hacer el imbécil, y de fabricar un monstruito con el que luego tendremos que lidiar otros que no tenemos la culpa de que usted sea una tonta del bote.

Ahora, una cosa sí. Lo pagarán. Lo pagarán muy caro. El niño y ella. Es el consuelo que nos queda. Pero qué triste consuelo.

2 comentarios:

  1. Me parece un artículo buenísimo y en el que he Disfrutado mucho leyéndolo,gracias!

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  2. Cuenta historias de la vida cotidiana ¡¡¡ Muy instructivo !!

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